domingo, 8 de enero de 2017

Una excursión a los Baños de Panticosa en el siglo XIX (Parte I)


            Suele pasar en más de una ocasión que buscando una cosa determinada acabas topando sin querer con otra que, aun sin tener nada que ver con la primera, acaba colmando tus espectativas tanto o más que aquello que perseguías inicialmente. Así fue como en su día dí con un ejemplar del periódico francés L'Ilustration. Como rezaba su subtítulo, se trataba de un periódico universal que se editaba en París allá por la segunda mitad del siglo XIX. El ejemplar localizado en concreto el nº 395 el cual corresponde a finales del mes de septiembre de 1870. Entre sus páginas se incluye una excursión por el Pirineo que desde la vertiente francesa se adentra en la provincia de Huesca. Leyendo la traducción del mismo aún podemos respirar parte de la esencia de ese pirineismo propio de ese momento donde se mezclaba la dificultad intrínseca de la alta montaña pirenaica, la falta de material específico para esa práctica, la dificultad de los accesod o el glamour que delataba la vestimenta de los hombres y mujeres que realizaron aquella travesía.
Vista parcial de la portada del periodico que incluía el artículo aquí traducido. Foto: Archivo Cartagra
          Los "Pirineos", qué de páginas y libros no se han escrito ya sobre este tema¡. Cuantos entusiastas viajeron han entretenido ya al público sobre sus caminatas en estas admirables montañas narrando orgullosamente sus proezas y descrito pomposamente los sitios más interesantes. ¡Cuántos sabios tratando el asunto desde un punto de vista más serio y útil han contado con sus laboriosas y penosas exploraciones¡. Quién no conoce hoy en día, quién no ha visitado Bagneres de Luchon, Bigorre, Cauterets y sus alrededores tan interesantes¡ quién no ha oído hablar del Pont d'Espagne, del ibón de Gaube y de Gavarnie, Gavarnie, la maravilla, el orgullo de los Pirineos¡

          Es sin embargo sobre los Pirineos que tenemos la intención de entretener a nuestros lectores, y de ponernos en la tarea de este camino tan hollado es el dese de ser útil tal vez los viajeros que quieran visitarlos después de nosotros y esto indicándoles una excursión que pocas personas hacen, y que sin embargo es de las más interesantes. Además es sobre todo a los extranjeros que durante la estación de las aguas van, sea a Eaux Bonnes o Eaux Chaudes en los bajos Pirineos, a los que nosotros nos dirigimos.

          Todos los viajeros que pernoctan durante algún tiempo en nuestros establecimientos termales de nuestro Pirineo desean en general pasar al otro lado de los Pirineos y pasar a España. Algunos, los que tienen más tiempo disponible van hasta el interior de estas tierras y hacen una verdadera visita en España bajo el pretexto de un pequeño viaje a los Pirineos; estos son los privilegiados; otros y son mayoría, se contentan con deseos que no satisfarán y vuelven a su casa sin haber visto España; otros en fin toman el tiempo justo y hacen una pequeña entrada por la frontera y por lo menos no se van de los Pirineos sin llevarse a casa alguna idea de esta tierra española tan interesante por la naturaleza de su suelo, por las costumbres de sus habitantes y por sus recuerdo históricos.

          Desde Eaux Bonnes, mucha gente pasando por Bayona y Biarrits van a visitar Irún y San Sebastián, es un encantador viaje que se hace prosaicamente en diligencia sobre una buena carretera. Otros menos amantes de los caminos trazados buscan más lo imprevisto y lo pintoresco. Eligen por meta de su excursión en España el establecimiento termal de Panticosa que está situado a 6 horas de camino de la frontera al sudeste de Eaux Bonnes, en la provincia de Huesca.
          Para hacer la excursión completa hay que ir de Eaux Bonnes a Panticosa, de ahi a Cauterets por Mercadau y volver de Cauterets a Bonnes atravesando el Collado de Torte. Todo ello supone por lo menos tres días o cuatro como mucho descansando un día en Cauterets que es lo más prudente. Como la vuelta es algo fatigante las damas no pueden soñar en realizarla y una condición importante también a observar es no ir un gran número. No deben ir más de cuatro personas; el guía será la quinta y tendrá bastante para cuidar de los cinco caballos y supervisar todo.

        Se sale de Bonnes por las Eaux Chaudes y Gabás (Gabás es el último puesto de aduana francés, es el final de la carretera). Para evitar desde el principio al menos dos horas de caballo sobre la carretera que todos los días los bañistas recorren paseando y que por consiguiente conocen bastante, es mejor ir en coche hasta Gabás. Será necesario haber previsto enviar antes la víspera por la tarde un guía con caballos elegidos y probados. Salidos de Bonnes a las cinco de la mañana en dos horas se llega a Gabás; se deja allí el coche; y después de haberse asegurado de pagar los derechos necesarios para poder a la vuelta entrar los caballos en Francia sin pagar tasas nos ponemos en ruta. Saliendo de Gabás se entra a izquierda en un barranco boscoso pronto a medida que nos elevamos el suelo se vuelve árido y pedregoso y caminando siempre por el país de Gabás en unas dos horas se llega a la Casa Broussette especie de albergue situado en medio de la montaña donde se para a desayunar. Los viajeros prudentes han traído de Bonnes carnes frías, pan y vino y no piden al alberguista para consolar su amor propio de cocinero más que una simple tortilla con tocino. Bien alejado aquí del montañés escocés, el indígena de los Pirineos aprovecha su territorio y aprovecha ampliamente vuestra corta visita para redondear sus ingresos.
Una de las escasas ilustraciones que acompañaban al artículo en cuestión. Foto: Archivo Cartagra
          Sobre las diez horas se vuelve a la ruta. Bestias y gentes bien cargados avanzan con coraje porque el suelo se vuelve cada vez más montuoso, la naturaleza más agreste, a cada paso nacen nuevas dificultades y a menudo hay que poner pie a tierra para pasar por verdaderas escaleras que los caballos atraviesan con un pie firme y seguro de forma prodigiosa. De vez en cuando se oye un ladrido, se busca alrededor sobre las crestas de las alturas circundantes: pronto se descubre un rebaño numeroso pegado a los flancos de la montaña; después el pastor solitario sentado sobre una roca elevada y cerca de él su magnífico perro de los Pirineos, guardián vigilante de su rebaño. Entonces nos ponemos a reflexionar sobre la existencia de estos montañeses que durante seis meses al año dejan su familia y su pueblo para ir a pastar sus rebaños sobre los llanos desiertos de las montañas al pie de galciares seculares. Cómo nos parece su destino triste a nosotros gente de ciudad que tenemos la necesidad de mundo, ruido y placeres¡ y sin embargo comprendemos el encanto de esta soledad que les seduce y les ata, comprendemos el amor que tienen por su bello país y nos sentimos tocados cuando los oímos descendiendo de la montaña esos días magníficos, decir con un tono triste y lento esta vieja canción del país: "Oh Dios de estas montañas que las ha podido dejar sin llorar, yo voy por las montañas a pasear mis animales sin tardar, como consolarme".

          Pero mientras nosotros dejamos esta digresión, nuestra caravana sigue todavía y a medio día, después de haber atravesado un pasaje bastante difícil llamado el Port Aneu (Portalet) cerca del monte de ese nombre u homónimo, atravesamos la frontera apenas indicada por un muro bajo de piedras secas en parte caído y descendemos por una pendiente suave y fácil por el pequeño valle de la Romega al fondo del cual serpentean las aguas de un riachuelo llamago Gallego. Frente al viajero, al otro lado del valle, se levanta una cadena de montañas llamada los Monts-Rouges detrás a la derecha la punta del pico Midi d'Osseau sobresale de las montaña de Francia; a izquierda se percibe el monte Peyraleu que se levanta como un gigante amenazante; al fondo más lejos, montañas con cumbres nevadas envueltas en una tinta azulenca rematan el cuadro. Bajando el valle seguimos. Dirigiéndonos a la izquierda, el curso del Gállego a avanzamos hacia Sallent, primer pueblo español, situado en el punto de encuentro del pequeño valle de la Romega y el gran Valle de Tena (el aragonés) que avanza hacia el sur.

          Pronto encontramos a los aduaneros españoles cuyo puesto más parecido a una madriguera que a un cuerpo de guardia se encuentra más o menos a mitad de camino entre la fronte y Sallent y controla asi el valle. Verificamos los derechos de los caballos, damos a los aduaneros una pequeña gratificación y continuamos hacia Sallent donde entramos sobre las dos.     

          El pueblo de Sallent, adosao a la base del pico Peyraleu, es el sitio más pintoresco, ofrece ya una fisionomía enteramente española: las casas, los habitantes, los convoyes de mulos con elegantes arneses y cascabeles sonoros, las danzas nacionales, los vestidos, todo indica al viajero que ha pisado el suelo de España.Es imposible dejar Sallent sin tomar en la principal posada del país una taza de chocolate preparado con agua que desfruta de buena y justa reputación.

        Después de haber visitado la iglesia qie no presenta nada remarcable salvo su situación, después de haber descansado durante una hora durante la cual los caballos han comido avena, volvemos a la ruta y entramos en la parte más interesante del viaje, verdaderamente admirable. A un cuarto de hora de Sallent se atraviesa un pequeño pueblo llamado Lanuse y unos momentos después a la salida de unos estrechos desfiladeros boscosos y montuosos se descubre a sus pies el magnífico Valle de Tena. Nada más bello, más grandioso que el espectáculo que se disfruta en ese momento. Espectáculo que el lápiz no puede reproducir, es impotente de reproducir. Delante suyo estña el valle que estendiéndose hasta donde se pierde la vista, se va estrechando encerrado por altas montañas y deja percibir a lo lejos los llanos inmensos de Aragón. Destrás está el barranco Sallent que se acaba de atravesa al fondo del cual se levanta formidable, sólo en su grandeza, el Pico Peyraleu. Alli el viajero transportado por el entusiasmo contempla, olvida sus fatigas pues este momento bastará ya y más allá para sentirse satisfecho. Sin embargo hay que dejar de lado el camino de la contemplación de este magnífico cuadro pues el sol continúa en movimiento y queda camino por recorrer. Seguimos pues sobre la izquierda del valle andando a media ladera y dejando abajo a la derecha el pueblo de El Pueyo y de San Dionisio. Después la dejamos para entrar en un barranco que se abre a la izquierda y en el cual encontramos pronto el pueblo de Panticosa. Mientras que los caballos descansan un momento, hacemos la visita obligada a la iglesia donde destaca la ornamentación y los dorados de los altares que aunque han perdido su esplendor primitivo y actualmente están en bastante mal estado, forman sin embargo contraste con el aspecto general miserable del monumento y del país. 




Fuentes y documentación:

- La fidelidad de la traducción respecto al texto original no hubiera sido posible sin la implicación total de Rafaél Vidaller quien en gran medida es el principal responsable del resultado final. Mil grazias Rafelón.




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